Belleza herida

CACHEMIRA

Cachemira es una contradicción viviente—un paraíso en disputa, donde la belleza natural convive con la incertidumbre de la historia. Sus paisajes oníricos muestran lagos que reflejan montañas imponentes y jardines que aún conservan el esplendor de épocas pasadas. Pero bajo esa superficie idílica late una historia de resistencia e identidad, la huella de un pueblo decidido a que su cultura no se diluya.

Cada imagen de Cachemira es un acto de memoria. Al retratar sus mercados flotantes, mezquitas centenarians y artesanos expertos, doy testimonio de una herencia que lucha por perdurar. En una tierra donde el futuro es incierto, la fotografía se convierte en un puente que preserva lo frágil—lo que, a pesar del paso del tiempo, sigue vivo en cada gesto y en cada rincón.

Aquí, el tiempo es una herida abierta. Al fotografiar Cachemira, me pregunto: ¿estoy capturando una realidad presente o evocando una memoria? En esta tierra de contrastes, lo eterno y lo efímero se entrelazan, generando una sensación suspendida entre la permanencia y la fugacidad. Cada imagen nos invita a sentir nostalgia por lo nunca vivido, a recordar lo que parece inmutable, y a anticipar aquello que quizás un día desaparezca.

Cachemira no es solo un lugar—es un sentimiento, un testimonio visual donde la belleza se revela en su totalidad, con toda su luz y su sombra.